Tierra de fuego y hielo

Charles Robert DarwinHace 150 años, el papel del hombre en la Tierra empezó a cambiar: de rey de la creación pasaba a ser un simple eslabón en la cadena evolutiva de la vida en el planeta.

Fue el 24 de noviembre de 1859 cuando se publicó El origen de las especies, de Charles Robert Darwin (Shrewsbury, 1809-1882), el naturalista británico que elaboró la primera teoría completa de la evolución, el fundamento científico que afirma que el hombre proviene del mono o, más exactamente, que ambos proceden de ancestros comunes.

Para poder establecer esta teoría revolucionaria, Darwin viajó alrededor del mundo a lo largo de cinco años, entre 1831 y 1836, a bordo del HMS Beagle, un barco de la armada británica capitaneado por Robert Fitz Roy. La misión de este navío era estudiar las costas de la Patagonia y Tierra del Fuego, levantar los planos de la costa de Chile, Perú y algunas islas del Pacífico y realizar observaciones cronométricas del mundo. Pero había un motivo más personal por parte del capitán: devolver a tres indígenas que el Beagle se había llevado de Tierra del Fuego a Inglaterra cuatro años antes, con el objetivo de darles educación y principios religiosos. Los tres fueguinos recibieron los nombres de Fueguía Basket, York Minster y Jemmy Button (este último, en recuerdo al botón de nácar que se pagó por él a su familia). Por supuesto, fueron compañeros de Darwin en el viaje del Beagle, aunque el naturalista prestaba mucha atención a las plantas y animales que encontraba e ignoraba la presencia de este experimento antropológico.

Un estudiante recomendado

Las estrictas normas de la marina británica especificaban que el capitán del barco no podía establecer relaciones estrechas con sus marineros, así que Fitz Roy solicitó la presencia de un acompañante, de su misma clase social y a poder ser científico, para que recabase toda la información posible de los lugares que iban a visitar. Las dos primeras personas propuestas renunciaron al puesto, hasta que Darwin fue recomendado por el catedrático y profesor de botánica John Henslow. Sin haber finalizado sus estudios ni haberse embarcado nunca y sin recibir remuneración alguna por el viaje, el naturalista británico partió de Davenport en el Beagle el 27 de diciembre de 1831, en un viaje que le llevaría a través del Atlántico hasta Tierra del Fuego, para posteriormente alcanzar las islas Galápagos, llegar a Oceanía, saltar al continente africano y volver a Inglaterra el 2 de octubre de 1836.

Darwin se embarcó en el Beagle con un libro en las manos que estaba revolucionando el mundo de la ciencia y que eliminaba la era de los mitos para entrar en la era del razonamiento. La obra, titulada Principios de Geología de Charles Lyell, analizaba la geología de la Tierra según los principios de la observación, experimentación y deducción, abandonando así la teología y la fe. Una de las zonas que visitó Lyell y que le ayudaron a establecer sus teorías fueron las islas Canarias, también uno de los primeros emplazamientos que vio Darwin desde el Beagle. A los pies del Teide, el naturalista británico empezó a entender que la edad de la Tierra tenía que ser muy superior a los 4.000 años que establecían las autoridades eclesiásticas en ese momento.

El viaje de Darwin a través de los cinco continentes tuvo dos lugares clave: el más famoso, sin duda, las islas Galápagos, donde el científico encontró animales que habían evolucionado de forma independiente, siendo semejantes a las mismas especies del continente pero con hábitos y fisionomías diferentes. El segundo punto más importante de su viaje fue Tierra del Fuego, especialmente el encuentro con los aborígenes de la zona, los tehuelches, los alakaluf, los yámana, los selknam y los haush. Muchos de los fundamentos que llevaron a Darwin a afirmar que el hombre venía del mono nacieron al comprobar que los indígenas tenían la misma capacidad mental que el hombre civilizado, pero lo que les diferenciaba era el desarrollo y el progreso de su sociedad.

Tras la estela del Beagle

Repetir el viaje de Darwin alrededor del mundo es hoy una utopía, pero si hay un lugar en el que uno todavía puede sentirse explorador y aventurero es Tierra del Fuego, por donde el Beagle pasó entre 1832 y 1834. Las durísimas condiciones meteorológicas de la zona, muy próxima a la Antártida, y su geografía enrevesada con miles de islas y estrechos la han mantenido prácticamente deshabitada y desierta, tal y como la describía Darwin en su diario de viaje: "Un país montañoso, en parte sumergido, de tal modo que estrechos y extensas bahías ocupan el lugar de los valles, con extensos bosques desde la cima de las montañas hasta la orilla".

Desde Punta Arenas, la ciudad situada más al sur de Chile y ubicada en la costa del estrecho de Magallanes, zarpa el Vía Australis, un crucero diseñado específicamente para afrontar las duras condiciones marítimas y meteorológicas de Tierra del Fuego. Es una región que debe su nombre a Fernando de Magallanes y a las columnas de humo que utilizaban los aborígenes para comunicarse, por ejemplo, a la hora de anunciar la llegada de un barco. Precisamente, fue Fernando de Magallanes el descubridor, en 1520, del estrecho que primero denominó como de Todos los Santos y que finalmente acabó llevando su propio nombre.

A través de este paso que comunica el océano Atlántico con el Pacífico, el Vía Australis arriba a la bahía Ainsworth, un emplazamiento para contemplar las colonias de elefantes marinos y la belleza de la cordillera Darwin, la estribación sur de los Andes. Está coronada por el monte del mismo nombre, que alcanza los 2.248 metros de altura, un gran campo de hielo y de glaciares que fue bautizado así por el capitán Fitz Roy como regalo del vigésimo quinto aniversario del naturalista.

Al otro lado de la cordillera Darwin se encuentra el canal del Beagle, que fue cartografiado al detalle por el capitán Fitz Roy y que es el siguiente destino de este crucero de expedición. En un tramo de sus 280 kilómetros de largo, el canal recibe el nombre de la Avenida de los Glaciares, puesto que es fácil sentirse aquí el observado ante la numerosa presencia de grandes moles de hielo que desembocan directamente al agua, como los majestuosos glaciares España, Romanche, Alemania, Francia, Italia y Holanda.

Los fueguinos, aniquilados

El rastro de los aborígenes fueguinos ha quedado, a día de hoy, absolutamente borrado de Tierra del Fuego, puesto que fueron pasto de una aniquilación masiva y de las enfermedades que portaron los europeos. Pero Charles Darwin sí comenzó en el canal del Beagle los contactos iniciales con los pobladores de la zona, primero desde la cubierta del Beagle y después en los primeros desembarcos, que generaron comentarios muy poco amistosos por parte del científico: catalogó a los habitantes de Tierra del Fuego como "innobles y asquerosos salvajes", asegurando que "cuesta creer que sean seres humanos, habitantes del mismo mundo que nosotros". "No me figuraba cuán enorme es la diferencia que separa al hombre salvaje del hombre civilizado; diferencia, en verdad, mayor que la que existe entre el animal silvestre y el doméstico", añadió.

A pesar de ser un hombre tolerante, Darwin hablaba así de estos seres humanos que, de hecho, pertenecían a las mismas etnias que los tres indígenas que llevaba a bordo el Beagle, y que iban a ser devueltos en el mismo lugar donde habían sido embarcados cuatro años antes con la intención de "civilizarlos". Este lugar es la bahía Wulaia, próximo destino del crucero de expedición y que conserva su nombre aborigen aportado por los yámana, la etnia a la que pertenecía Jemmy Button. Aquí desembarcó toda la tripulación del Beagle el 23 de enero de 1833 con la intención de crear un asentamiento para ubicar una misión anglicana. Poco tardó en convertirse en un verdadero fracaso, sin que el religioso Richard Mathews y los yámana llegasen a entenderse.

La mejor forma de acabar este viaje de ensueño es visitar un punto geográfico mítico: el cabo de Hornos, el considerado por muchos como fin del mundo y el lugar donde se mezclan los océanos Atlántico y Pacífico. Debajo de estas aguas descansa una gran cantidad de barcos que no resistieron el viento, las olas y los icebergs del paso Drake, el estrecho limitado hacia el sur por la Antártida.

Finalmente, la vuelta a la civilización se confirma con la visión de las luces de la ciudad de Ushuaia, la más austral del mundo. Es el punto final a este viaje que permite a quien lo realiza sentirse como un Darwin del siglo XXI, aunque sólo es una humilde sensación ante lo que vivió un chico inglés de poco más de 20 años y que dio lugar a una revolución científica que despierta aún hoy, 150 años después, controversia y polémica.

JACOB PETRUS | Publico.es

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