Vida y muerte a bordo del Castilla

El ginecólogo militar José Sánchez Jordá observa al bebé recién nacido en el barco español- RAMÓN LOBOLa carretera entre Puerto Príncipe y Petit Goave, la zona asignada a las tropas españolas, es un mapa del terremoto y de Haití. En algunos tramos la calzada está hundida o atravesada por grietas; en otros se encuentra como siempre: repleta de baches, suciedad y tráfico.

Son 70 kilómetros: dos horas y media en coche y mucha paciencia. Más allá de Leogane, donde la destrucción afecta al 90% de los edificios, se halla Petit Goave, también muy castigada. No es la primera vez que la desgracia se ceba con esta pequeña ciudad portuaria: en agosto de 1906 fue arrasada por un incendio que bajó de la montaña. Entre habitantes y desplazados deben ser hoy más de 150.000, cifra imposible de confirmar en un país en el que no existe catastro.

Los zapadores de la infantería de marina trabajan sincronizados con cientos de voluntarios que paga CHF, una organización humanitaria de EEUU. "Los civiles recogen los escombros de las casas y los depositan en la calle. Pasamos con la excavadora y los camiones y los retiramos. Al día siguiente se repite la maniobra", explica un capitán. Los esfuerzos de CHF y de los militares se concentran en la catedral, convertida en un símbolo de la memoria colectiva que desean recuperar.

No lejos de ahí, el personal sanitario del destacamento español atiende a pacientes en un terreno propiedad de la Weslyan Church. Allí comparten espacio, horas y entrega con varias organizaciones religiosas estadounidenses, todas cristianas y una judía. "En los días tranquilos como hoy atendemos a unas 200 personas; en los ocupados, a más de 450", asegura el coordinador Seamus O'Brian. "El único hospital de la ciudad quedó dañado y la gente tenía miedo de ir. Poco a poco Notre Dame se está recuperando y nuestra intención es transferirles todo el material cuando sea posible. Ya atienden a 100 pacientes durante el día, pero siguen sin capacidad de hacerlo por la noche"...

En la UCI del Castilla están reunidos los dos Haití, el del niño que llega de milagro a la vida y el cuerpo inerte de Nayely. Una lancha de desembarco conduce a tierra a la madre. Ella canta, llora, grita con la mano posada encima de su hija. Es el principio del duelo, el entierro será mañana. Al despedirse agradece a los médicos su esfuerzo. Sabía que estaba condenada. La niña no murió por el terremoto, su estadística es otra, la de la miseria que mata más que cualquier tierra que tiembla aunque muy pocos quieran verlo.

RAMÓN LOBO | Artículo completo en ELPAIS.com

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