'La zona de interés': La banalidad del horror
El célebre escritor Elie Wiesel, superviviente de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial, dijo: “¿Cómo se llora a seis millones de muertos? ¿Cuántas velas se encienden? ¿Cuántas plegarias se oran? ¿Sabemos cómo recordar a las víctimas, su soledad, su impotencia? Nos dejaron sin dejar rastro, y nosotros somos ese rastro. Contamos estas historias porque sabemos que no escuchar ni desear saber lleva a la indiferencia, y la indiferencia nunca es una respuesta“.
Allá por 2014, el novelista y ensayista británico Martin Amins, cuyo trabajo se ha enfocado en lo considera los “excesos de la sociedad occidental” relacionados con el “capitalismo tardío”, sorprendía escribiendo una novela titulada ‘La zona de interés’, ambientada en la Segunda Guerra mundial, en el campo de concentración de Auschwitz. El autor se iba al pasado para narrar un perverso triángulo amoroso y el calificativo lo era porque este sucedía en una situación en la que los horrores que sucedían en el campo eran un trasfondo con el que dejar en evidencia la banalización del horror.
Coincidencias del destino, la novela de Amins se publicó un año después de que su compatriota Jonathan Glazer dirigiese su último largometraje, ‘Under the Skin’. Diez años después de realizar la cinta de culto que protagonizó Scarlett Johansson, Glazer decidió volver al ruedo adaptando el libro homónimo de Amins, aunque llevándolo a su terreno. Su vuelta a la realización ha logrado el Gran Premio del Jurado del 76 Festival de Cannes, premio al mejor sonido en los EFA Awards, nominada a tres Globos de Oro y a nueve Premios BAFTA.
Mientras que Amins utilizaba nombres inventados para sus personajes, los cuales tenían referencia real, Glazer ha optado por usar los nombres reales de los protagonistas. Así pues, muestra la vida en Auschwitz de Rudolf Höss, uno de los hombres más despiadados del Tercer Reich, y su estancia en Auswitz-Birkenau, donde logró que su familia tuviera una casa de ensueño, situada detrás del muro y las alambradas del campo de concentración donde tenían lugar un sinfín de horrores.
Glazer opta por quedarse con el espíritu de la novela, dejando los elementos más cosméticos para concentrarse en la repugnancia que provoca la banalidad de la matanza de judíos, torturados, tiroteados y enviados a las cámaras de gas. Para ello, el cineasta, quien también firma el guion, configura una puesta en escena aséptico y pétrea, con fotografía de Lukasz Zal (nominado al Oscar por la espléndida ‘Ida’) en la que los colores fríos ofrecen una imagen perturbadora y distante.
Sublime ejercicio de frialdad. El retrato más hierático sobre la crueldad
Han sido muchos los largometrajes que se han hecho sobre la Shoá, desde el enfoque de las víctimas (como ‘La lista de Schindler’ o ‘El pianista’) a una mirada inmersiva como fue ‘El hijo de Saúl’. En esta ocasión, Glazer opta por mostrar una de las miradas más incómodas: la de la indiferencia de la sociedad. El cineasta pone en una situación incómoda al público, al mostrar cómo se forja una vida idílica, en una casa de ensueño, estando al otro lado el horror.
Glazer sabe crear una atmósfera incómoda y lo hace con acciones tan cotidianas, como la esposa de Höss, Hedwig, conversando con el servicio o encargándose de la comida o las pesadillas (intuitivas) que tiene la hija del matrimonio. A la par, la cinta hace un contrapunto y naturaliza como algo rutinario que Höss se reúna con dos ingenieros para hablar sobre cómo de eficaces son las cámaras de gas para acabar con la vida de personas.
Con la constante sensación de desasosiego, Glazer sabe plasmar la banalidad de la crueldad y de cómo esta puede ocultar detrás de una burbuja. Por supuesto, esa perspectiva queda sumamente bien reflejada en uno de los largometrajes más hieráticos, pero también más sublimes del año pasado, que se estrena comercialmente en este y ya candidato a copar las listas de las mejores cintas lanzadas en salas españolas en 2024.
Con música de Mica Levi, quien sabe ahondar en esa sensación de terror soterrado, ‘La zona de interés’ es un sublime ejercicio cinematográfico, que se atreve a ser también un estilo de ensayo visual digno de la filmografía de Glazer. Eso sí, llama la atención cómo el ejemplo de banalización del horror que vivieron los judíos durante la Shoá puede tener peligrosas lecturas actuales tras el resurgimiento del antisemitismo en Occidente.
Lo mejor: Su incómoda atmósfera, que provoca la sensación de que el horror está muy cerca, aunque no se lo vea. Su música y su fotografía.
Lo peor: Es una película muy cerebral, nada empática. Un ejercicio no apto para los espectadores busquen que les toquen el corazón de manera emocional.
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